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January 22, 2025

Este mes haremos un repaso de las enseñanzas y acciones compasivas de Jesús a favor de los marginados. Las bienaventuranzas y milagros de Jesús nos muestran el desafío de ser discípulos de Jesús hoy. 

Jesús vivió y sirvió desde los márgenes de su país en la región de Galilea. Esta era una región marginada y despreciada por los centros de poder de su época, tanto por el poder político y económico de Roma, como por el poder religioso, social y político de Judea. Era una región llamada con desprecio: “Galilea de los gentiles” (Mt 4:15). Cuando Felipe le dijo a Natanael que habían encontrado a Jesús de Nazaret, con desprecio clasista le respondió a Felipe: “¡De Nazaret! ¿Acaso de allí puede salir algo bueno?” (Jn 1:45-46). Y, sin embargo, allí fue donde empezó a brillar la luz: “El pueblo que habitaba en la oscuridad ha visto una gran luz; sobre los que vivían en densas tinieblas, la luz ha resplandecido” (Mt 4:16).

En el evangelio de Mateo encontramos dos pasajes (4:23-24  y  9:35) casi idénticos, que abren y cierran los capítulos que ilustran el ministerio integral de Jesús, su enseñanza, predicación y sanidad: 

Jesús recorría toda Galilea, ԲñԻ en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y dolencia entre la gente. Su fama se extendió por toda Siria, y le llevaban todos los que padecían de diversas enfermedades, los que sufrían de dolores graves, los endemoniados, los epilépticos y los paralíticos, y él los sanaba (Mt 4:23-24).

Este mes dedicaremos dos domingos para exponer sus enseñanzas y dos domingos para ilustrar su sanidad y sus actos de misericordia hacia los marginados. 

 

Epifanía y tiempo ordinario: Quinto domingo del tiempo ordinario (del 4 al 10 de febrero)

 

Ser discípulos de Jesús e imitarlo es lo que conduce a la genuina felicidad 

El Sermón del Monte es el primer gran discurso de Jesús en el evangelio de Mateo que resume sus demandas sobre el discipulado. El sermón nos enseña lo que significa ser cristianos y vivir conforme a los valores del Reino de Dios en medio de la sociedad humana. Es un mensaje que tiene aplicación en todas las áreas de la vida y que nos desafía a ser hacedores de la Palabra y no solo oyentes.

El Sermón del Monte tiene como punto de partida las bienaventuranzas. Estas bosquejan las actitudes y características del verdadero discípulo de Jesús y nos plantean el mejor estilo de vida, no solo por su bondad intrínseca, sino por sus resultados. Ellas describen el carácter de Jesús que ha de ser también el nuestro. A continuación ofrecemos un breve resumen de cada una de ellas.

 

Enseñanzas centrales de las bienaventuranzas

“Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece” (Mt 5:3). 

Estos son los que tienen una actitud de pobreza, que asumen la pobreza de manera dinámica como una postura ante la vida. Por ello, reconocen su necesidad espiritual ante Dios y ante sus semejantes. Se identifican consciente y solidariamente con los pobres y además, viven con una actitud hacia las riquezas de desprendimiento interior; el dinero no los ata ni determina su vida y conducta porque interiormente, en espíritu, son pobres. Es poseer un espíritu de pobreza, y esto se aplica tanto al rico como al pobre materialmente hablando. Esto ocurre en el contexto de un imperio que ha hecho de las posesiones el bien máximo, la fuente de felicidad, la razón de vivir: “Compro, luego existo.”

“Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5:4).

Esta bienaventuranza toma muy en serio el sufrimiento humano causado por las estructuras de poder en nuestras sociedades. Es el dolor y la pena, “espinos y cardos” que acompañan la vida cotidiana. Además, la vida cristiana, la que es genuinamente cristiana, trae aparejado el sufrimiento por la causa del Señor. 

La iglesia debe ser una comunidad terapéutica y sanadora. Debemos ser instrumentos de Dios para aliviar el dolor y la miseria humana, aunque ello nos cause más dolor. Esa es nuestra vocación y misión. Eso significa ser cristiano ante los poderes del mundo que son hostiles a la vida, sean éstos causados por enfermedades, muerte, explotación, discriminación, marginación, o soledad.

“Dichosos los humildes, porque ellos recibirán la tierra como herencia” (Mt 5:5).

La humildad o mansedumbre es la resistencia para soportar el mal y no responder con la misma moneda, es decir,  para no caer en “el ojo por ojo” (ver Mt 5:38-48). Es la no violencia activa que desarma a quienes violentan a otros con sus actos y a las estructuras de opresión. Es la resistencia pacífica ante los despojos de la tierra que los poderosos ejercen continuamente. 

La humildad está encarnada en Jesús, quien se describe a sí mismo diciendo: “aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón” (Mt 11:29); es la paciencia necesaria para soportarnos unos a otros en amor (Ef 4:2); para restaurar a los hermanos que han caído en pecado (Ga 6:1); para resistir las provocaciones de la gente (Tito 3:2); para defender nuestra fe (1 Pe 3:15). Es lo que mejor refleja el carácter de Jesús (Mt 11:29; 21:5).

“Dichosos los que tiene hambre y sed de justicia, porque serán saciados” (Mt. 5:6).

El cristiano ha de estar caracterizado, como su Maestro, por un genuino interés y amor hacia sus semejantes, por una profunda y sentida necesidad de que haya justicia. Un amor que se manifiesta con actos concretos de misericordia hacia aquellos que están en necesidad, sea ésta de cualquier índole; actos de justicia por los cuales le reintegra a su prójimo los derechos básicos que le pertenecen por voluntad divina.

“Dichosos los compasivos, porque serán tratados con compasión” (Mt. 5:7).

Ser compasivos o misericordiosos es lo más importante de la ley, según las palabras mismas de Jesús (Mt 23:23). Ser misericordioso es responder con acciones concretas al imperativo divino: "Misericordia quiero, y no sacrificio." Es evitar una religiosidad formalista (más preocupada por las formas y apariencias religiosas) y legalista (que valora más la obediencia a la ley y a las tradiciones que las necesidades humanas). Es vivir amando como Dios nos ama.

“Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios” (Mt 5:8). 

¿Cómo es posible hablar de limpieza y santidad interiores en una sociedad que ha logrado plantar en lo más profundo de nuestro ser, en nuestro corazón, altares a los ídolos más venerados de este mundo: el sexo, el dinero y el poder? (Ver Mt 5:28-30; 6:20-24, y 6:34). 

La limpieza de corazón tiene que ver con una sinceridad, sabiduría y firmeza de vivir de acuerdo a la voluntad de Dios; es dirigir nuestros más profundos anhelos a ser como Jesús y tenerlos orientados no a los ídolos de este mundo, sino al Señor: “Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6:21).

“Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5:9). 

La paz o el shalom creado por Dios se manifestaba en las relaciones armónicas que todas sus criaturas guardaban entre sí. Así, en Génesis 1 y 2 podemos ver que, por ejemplo, el ser humano vivía en relación armoniosa con Dios, consigo mismo, con su prójimo (fundamento de la vida comunitaria) y con la creación (naturaleza). En esto consiste la paz, nuestra vocación y tarea diaria, tal como lo hizo Jesús.

“Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque el reino de los cielos les pertenece” (Mt 5:10). 

Existen razones para el rechazo que sufrimos como cristianos: nuestra conducta y valores cambian, y la gente se siente amenazada y cuestionada por ellos; no hacemos lo que los demás hacen, y ello empieza a afectar los intereses de otros; nuestra lealtad suprema se dirige a Dios y ello inquieta seriamente a quienes nos rodean. Somos felices, y hay mucha gente que es infeliz y no puede tolerar que otros tengan lo que ellos no tienen. En otros casos, Dios nos bendice de tal manera que la gente siente envidia y empieza a hostilizarnos. En medio de una sociedad injusta, y a menudo en una iglesia que ha perdido la brújula, buscamos que haya justicia, para nosotros y para los demás, y esto inevitablemente trae consigo oposición y violencia.  

 

Epifanía y tiempo ordinario: Sexto domingo del tiempo ordinario (del 11 al 17 de febrero)

 

Ser pobre en medio de los pobres

“Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece” (Mt 5:3). 

Este domingo consideramos más a fondo la primera bienaventuranza que es el pórtico de las demás. La clave central para su interpretación se encuentra en Jesús. Él fue el pobre en espíritu por excelencia. Sólo así, desde donde estuvo situado desde su nacimiento en una familia pobre y marginada, desarrolló su servicio a favor de los pobres y marginados. 

La pobreza en espíritu no es una espiritualización de la pobreza como tanto se decía desde las teologías de la liberación. Gustavo Gutiérrez (1991) en El Dios de la vida (pp. 236-242), niega que sea una espiritualización y, a la luz del contexto en Mateo, muestra que hay una constante preocupación por los pobres que debe manifestarse en acciones concretas (Mt 25:31-46). Gutiérrez ve en esta bienaventuranza una actitud dinámica hacia todo lo que implica la pobreza.  

La expresión “en espíritu” de acuerdo al uso semita es una intensificación del término que califica. El espíritu es el aspecto dinámico y vital de la persona. Ser pobre en espíritu es mantener una actitud constante de pobreza en todas sus dimensiones, que a continuación resumimos así: Es una actitud ante Dios, ante el prójimo y ante las riquezas. Esto está bien ilustrado en la persona de Jesús.

La pobreza espiritual de la que nos habla esta primera bienaventuranza tiene tres direcciones o manifestaciones que es necesario explorar para apropiarnos de su rica enseñanza. Estas se pueden resumir en los siguientes incisos:

A. Hacia Dios: A la luz de Isaías 63:2 y otros pasajes, el pobre en espíritu es el que reconoce su pobreza espiritual y moral, e incluso su bancarrota, ante Dios. Este es el primer paso fundamental hacia Dios. Sin este paso no es posible el nuevo nacimiento, la nueva vida y el discipulado. Esto va en contra de la autosuficiencia y soberbia del ser humano. Es el reconocimiento de que sin la gracia de Dios no tenemos puerta alguna para entrar al reino. 

B. Hacia el prójimo: En las relaciones con los demás, reconocemos nuestra bancarrota como seres humanos, nuestra deficiencia de humanidad, y ello se expresa en relaciones abiertas, hospitalarias y de búsqueda del bien de los demás. Un correcto conocimiento de nosotros mismos resulta en relaciones adecuadas con los demás, sea en la familia, el trabajo, la iglesia o la sociedad. Somos generosos con los demás porque reconocemos que sus flaquezas y pecados están presentes en nuestro corazón.

C. Hacia el prójimo pobre: Jesús, siendo pobre, conocía por experiencia propia la precariedad y dureza de la situación de los marginados de la vida: aquellos excluidos por el imperio, por los poderosos de su nación, por los líderes religiosos, y la gente acomodada de su pueblo. Jesús sirve a esos marginados y, por ende, a los  pobres. Personas sin acceso a la educación, a los pocos servicios de salud o a una vivienda digna, son los privilegiados que reciben los servicios de Jesús, el Mesías. Y eso mismo debe caracterizar a sus discípulos y seguidores.   

D. Hacia las riquezas: Desprendimiento. La Nueva Biblia Española traduce este versículo así: "Dichosos los que eligen ser pobres". Son los que son pobres en espíritu, es decir, quienes tienen una actitud hacia las riquezas de desprendimiento interior; el dinero no los ata ni determina su vida y conducta porque interiormente, en espíritu, son pobres. Es poseer un espíritu de pobreza, tanto el rico como el pobre. Es lo que dice Pablo a los corintios: 

Resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa (1 Co 7:29-31; ver también Fil 4:12-13).

Jesús amplía el significado de esta bienaventuranza: 

No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar.  Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar.  Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.

 »El ojo es la lámpara del cuerpo. Por tanto, si tu visión es clara, todo tu ser disfrutará de la luz. Pero si tu visión está nublada, todo tu ser estará en oscuridad. Si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué densa será esa oscuridad!

 »Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas. 

 »Por eso les digo: No se preocupen por su vida, qué comerán o beberán; ni por su cuerpo, cómo se vestirán. ¿No tiene la vida más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa? 

 Fíjense en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas?¿Quién de ustedes, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida?

»¿Y por qué se preocupan por la ropa? Observen cómo crecen los lirios del campo. No trabajan ni hilan; sin embargo, les digo que ni siquiera Salomón, con todo su esplendor, se vestía como uno de ellos. Si así viste Dios a la hierba que hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, gente de poca fe? 

Así que no se preocupen diciendo: “¿Qué comeremos?” o “¿Qué beberemos?” o “¿Con qué nos vestiremos?” Porque los paganos andan tras todas estas cosas, y el Padre celestial sabe que ustedes las necesitan. Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas. Por lo tanto, no se angustien por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes. Cada día tiene ya sus problemas (Mt 6:19-34). 

Esta bienaventuranza es la llave que abre la puerta a una de las enseñanzas más importantes del evangelio de Mateo, por ello aquí aparece como el punto de partida. Los siguientes pasajes lo atestiguan: Mateo 6:19-34; 8:18-22; 10:9-11, 37-42; 19:16-30 y 25:31-46. En todos estos pasajes la lección central es esta: La actitud del cristiano hacia las posesiones materiales determina la calidad de su discipulado. De acuerdo a las palabras de Jesús no se puede servir a dos amos. Si nuestro tesoro está en las riquezas, sean muchas o pocas, reales o anheladas, allí también está nuestro corazón, no nos engañemos.

Si queremos un comentario e ilustración de lo que significa en términos concretos vivir esta bienaventuranza, tenemos que ver a Jesús y su actitud hacia Dios, hacia sus semejantes y hacia el dinero. 

 

Epifanía y tiempo ordinario: Séptimo domingo del tiempo ordinario (del 18 al 24 de febrero)

 

Servicio a todas las personas y todas sus necesidades

Jesús vivió en los márgenes de la sociedad judía. Allí sirvió y sanó a las personas marginadas e invisibilizadas. Mateo ha concentrado en los capítulos 8 y 9 un total de diez milagros que constituyen un ataque frontal contra todas las fuerzas del pecado y el mal que oprimen la vida humana:

  • Una enfermedad que destruye y aísla de la sociedad — lepra en 8:1

  • Parálisis y sufrimiento profundo — dos veces en 8:5-13 y 9:1-8

  • Fiebre – Suegra de Pedro en 8:14-15

  • Diferentes enfermedades — no especificadas 8:16 

  • Posesión demoniaca —  mencionada tres veces en 8:16, 28-34 y 9:32

  • Fuerzas naturales amenazantes —   tormenta en 8:23-27

  • Otro paralítico – sanidad del cuerpo y del alma en 9:1-8

  • Hemorragia incurable de una mujer en 9:20-22

  • Muerte en 9:18 y 23-26

  • Ceguera de dos personas en  9:27-31

  • Mudo endemoniado en 9:32 y 33.

 

El ministerio de Jesús estaba orientado a todo tipo de personas. Mateo presenta un microcosmos de la sociedad marginada de sus días y así nos describe a:

  • Un hombre común

  • El hijo-siervo de un centurión (un gentil)

  • La suegra de Pedro

  • Las masas enfermas

  • Los discípulos

  • El gadareno poseído

  • El paralítico

  • Los cobradores de impuestos y pecadores

  • La hija del gobernante y la mujer enferma

  • Los ciegos y mudos

  • Y las masas sin pastor 

 

Como se explica en Mateo y los Márgenes:  

Estas historias también demuestran la naturaleza compasiva del imperio de Dios, en un tiempo en el que muchos entendían las enfermedades como consecuencia del pecado, de los demonios, de los dioses enojados y de personas hostiles. Jesús muestra que Dios gobierna sobre todas esas fuerzas (ver 4:23-24; 8:15, 16, 28-34). El reino o imperio de Dios, un término que inicialmente sugiere un gobierno destructivo y autoritario, es poderoso y compasivo, transformador y vivificador. Perturba estructuras convencionales (8:21-22), refuta las demandas opresivas de Roma (8:23-27) y anticipa la caída de Roma 8:11,12, 28-34) (Carter, 2000, p.198).

Aquellas personas que nunca hubieran soñado que serían sanadas, personas sin esperanza, son objeto preferente de las acciones de Jesús. 

 

Epifanía y tiempo ordinario: Octavo domingo del tiempo ordinario (del 25 al 28 de febrero)

 
Sanidad integral a un hombre marginado al extremo

Este domingo nos ocuparemos de la primera sanidad de Jesús en la lista de las diez acciones compasivas de Jesús: la sanidad de una persona con lepra.

Cuando Jesús bajó de la ladera de la montaña, lo siguieron grandes multitudes. Un hombre que tenía lepra se le acercó y se arrodilló delante de él.

—Señor, si quieres, puedes limpiarme —le dijo.

Jesús extendió la mano y tocó al hombre.

—Sí quiero —le dijo—. ¡Queda limpio!

Y al instante quedó sano de la lepra.

—Mira, no se lo digas a nadie —le dijo Jesús—; sólo ve, preséntate al sacerdote, y lleva la ofrenda que ordenó Moisés, para que sirva de testimonio (Mt 8:1-4). 

 

Una persona con lepra era alguien aislado de su familia, de la sinagoga y de la sociedad. El estigma de su enfermedad era una carga que acentuaba su dolorosa y penosa enfermedad. Además del dolor físico, se añadía el dolor de vivir aislado de todo círculo de apoyo ante semejante desgracia. Ni la familia, ni el grupo religioso, ni la sociedad, ni los médicos podían estar cerca y ofrecer apoyo médico, emocional, psicológico o pastoral. Todas las instancias que constituían su sostén se habían ausentado. 

De acuerdo a la ley de Moisés (Levítico 13:1-17, y 45-46), la persona que contraía una lepra incurable debía hacer lo siguiente:  

La persona que contraiga una infección se vestirá de harapos y no se peinará; con el rostro semicubierto irá gritando: ¡Impuro! ¡Impuro!,  y será impuro todo el tiempo que le dure la enfermedad. Es impuro, así que deberá vivir aislado y fuera del campamento (Lev 13:45-46).  

 

El hombre de nuestra historia carecía de cualquier contacto humano. Excomulgado de la comunidad religiosa, marginado por la sociedad, alejado de su familia, se atreve, sin embargo, a acercarse a Jesús. Quebranta la ley de aislamiento y se expone a la violencia legal de una sociedad que lo repudia por temor a contaminarse de la enfermedad y del contacto con el enfermo, lo que los hacía impuros en la sinagoga.

El enfermo sabe que Jesús puede sanarlo, pero ¿querrá hacerlo? Con audacia y fe ruega a Jesús que lo sane. Lo primero que hace Jesús es tocarlo. El contacto humano tan ajeno y anhelado por este hombre ya es un inicio de su sanidad. Jesús lo trata como a una persona y no como a un leproso, le muestra afecto y cercanía. Además, Jesús le manifiesta su buena voluntad y deseo de sanarlo: “Sí, quiero —le dijo—. ¡Queda limpio! Y al instante quedó sano de la lepra” (Mt 8:3). A la sanidad emocional y afectiva, le sigue la salud física.

Luego Jesús lo reincorpora a la comunidad de fe, a la sinagoga, al decirle: “Mira, no se lo digas a nadie —le dijo Jesús—; sólo ve, preséntate al sacerdote, y lleva la ofrenda que ordenó Moisés, para que sirva de testimonio” (Mt 8:4). 

De la sanidad física pasa a la sanidad social y religiosa. Al presentarse limpio ante el sacerdote y ofrecer su ofrenda, el sacerdote lo declarará limpio y podrá reincorporarse a su vida familiar, laboral, religiosa y social. 

“Las acciones de Jesús apuntan a la debilitante enfermedad para transformar las destructivas dimensiones económicas (desempleo), sociales (aislamiento), políticas (opresión), y religiosas (marginación) (ver 4:23-24).” (Carter, 2000, p.198). 

La sanidad que Jesús realiza para este hombre es integral y restaura todas las áreas de su vida. Nuestra misión no puede ser menor. Debiéramos preguntarnos: ¿Quiénes son los leprosos de nuestra sociedad? ¿Qué debemos hacer para su sanidad integral?