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December 13, 2024

En esta temporada de navidad consideraremos los relatos de los Evangelios y de Pablo con respecto al nacimiento de nuestro Señor y salvador Jesús. Cada evangelista presenta una perspectiva única que nos permite apreciar y vivir el evangelio. Jesús es Emanuel, El Salvador, Cristo el Señor, el pobre que nos enriquece, el Verbo o Palabra encarnada. Cada una de estas miradas contribuye a una visión más completa y rica de Jesús. En la Epifanía consideraremos a los sabios que buscaron y adoraron al Mesías prometido. 

Nochebuena (24 de diciembre):  Dios con nosotros, Mateo 1:18-25

18 El nacimiento de Jesús, el Cristo, fue así: Su madre, María, estaba comprometida para casarse con José, pero antes de unirse a él, resultó que estaba encinta por obra del Espíritu Santo. 19 Como José, su esposo, era un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de ella en secreto.

20 Pero cuando él estaba considerando hacerlo, se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. 21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.»

22 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta: 23 «La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel» (que significa «Dios con nosotros»).

24 Cuando José se despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y recibió a María por esposa. 25 Pero no tuvo relaciones conyugales con ella hasta que dio a luz un hijo, a quien le puso por nombre Jesús. 

 

María es la quinta de las mujeres mencionadas en la genealogía de Jesús, lo cual es un hecho de por sí inusitado, ya que las genealogías por regla general y con escasas excepciones, mencionan sólo a hombres. Sin embargo, Mateo incluye a cuatro mujeres (Tamar, Rahab, Rut y Betsabé) que tienen en común al menos dos realidades: todas son no israelitas, gentiles y las cuatro cuentan, como rasgo sobresaliente en las narrativas bíblicas, el haber cometido transgresiones sexuales. María se une a esa lista, pues, estando ya comprometida a casarse con José, resulta que está embarazada.

Lo que es notable en la genealogía de Mateo es que ha incluido a cuatro mujeres gentiles. Con ello, ya Mateo pone de relieve que Jesús, el Mesías, tenía sangre gentil. Era mestizo, desde una perspectiva judía. Y en ese sentido, Jesús asume en sí mismo a todas las naciones. Es el Mesías de todas las naciones y para todas las naciones. Esto ya pone en jaque prejuicios judíos exclusivistas y patriarcales. Han sido mujeres no judías las que, con sus acciones valientes y justas, han hecho posible que tengamos ahora un salvador, a Dios con nosotros. 

Además, Mateo no se avergüenza de que mujeres de “dudosa moral” (en una perspectiva patriarcal y machista) sean parte central de la genealogía y que, como madres y antecesoras de Jesús, ocupen un papel primordial en ella. Por el contrario, resalta el papel de esas mujeres en la historia de salvación y nos recuerda que sin ellas Jesús no habría nacido; no tendríamos a Dios con nosotros.

María es parte de esa honorable genealogía (aunque estrictamente es la genealogía de José) y cumple también con su papel protagónico de ser la madre de Jesús el Mesías, contra toda una estructura legalista y religiosamente opresora. Es una mujer valiente y recta, y esto es  lo que el texto de Mateo subraya. Esa jovencita, como las anteriores mujeres, es parte de esa línea genealógica que ha resquebrajado la descendencia patriarcal para hacer realidad el bien supremo para la humanidad. 

Elaine Wainwright lo ha resumido de esta manera:   

Estas mujeres anómalas, cuya insersión en el sistema familiar patriarcal es “irregular” son, a pesar de ello, los instrumentos por medio de los cuales el orden divino, que se suponía estar absolutamente centrado en los hombres, alcanza su cumplimiento… es una pequeña fisura en el universo simbólico que las líneas patriarcales construyeron. En esa fisura se incluyen los  nombres de madres e hijas que también fueron antepasadas de Jesús. Jesús, el ungido, no solo ha nacido de y en una familia que se ha construído simbólicamente centrada en los varones sino que también ha nacido de y en una familia en la cual las historias de mujeres que representan una alternativa a las ideologías dominantes machistas y que se insertan en ellas.(Elaine M. Wainwright, Shall We look for Another? A Feminist Rereading of the Matthean Jesus. Maryknoll: Orbis Books, 1998., p. 56).

José, un hombre justo, decide divorciarse de ella en secreto. Aunque quiere evitarle a María la vergüenza pública, no iba a resolverle del todo la situación. Ella seguiría expuesta al juicio de su comunidad y a la inquisición de la religión oficial que se ensañaría con ella.  

Dios interviene y por medio de su ángel le advierte a José del origen sobrenatural del embarazo de María, obra del Espíritu Santo. Debe casarse con ella (una opción que José ya tenía antes del anuncio del ángel). No había antecedentes en la historia bíblica de un hecho de esa naturaleza, pero José lo asimila, lo cree y actúa obediente a la palabra de Dios. 

Además, el mensaje del ángel añade la buena noticia sobre el niño que ha de nacer. Ese niño salvará a su pueblo de sus pecados, su nombre, Jesús, indica su carácter y vocación.

Mateo añade una nota extra:. Jesús es también “Dios con nosotros,” Emanuel. Este tema se ha de desarrollar considerablemente en la narrativa del evangelio. Este pasaje es el portal, la puerta de entrada al tema central de la presencia de Dios con nosotros en la persona de Jesús. 

Tres veces, explícitamente, se nos recuerda que Jesús es Dios con nosotros: en Mt. 1:22-23 (como punto de partida), en 18:20 donde Jesús afirma: 20 Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Y al final del evangelio, cuando Jesús comisiona a sus apóstoles para su tarea misionera, les promete: Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo (Mt. 28:20). 

Dos veces, en el evangelio de Mateo, Dios mismo confirma que Jesús es “su hijo amado.” En su bautismo (3:17) y en su transfiguración (17:5). Y dos veces voces humanas ratifican la misma realidad. Pedro afirma: “Tú eres el Mesías, el hijo del Dios viviente.” (16:16)  Y luego, el centurión ante la cruz: “Verdaderamente este era el hijo de Dios.” (27:54).

De manera que la realidad de Emanuel la presenciamos en todo el Evangelio de Mateo. Cada pasaje nos muestra lo que significa que Dios esté presente entre nosotros en la persona de Jesús. Y la iglesia, según Mateo 28:20, es la comunidad de Emanuel, es la sociedad alternativa en la que Dios está presente por su Espíritu hasta el fin del mundo.

Ese es el mensaje de Navidad. Y ese es el tremendo desafío que toda iglesia está llamada a hacer una realidad. La iglesia, como portadora de la presencia de Dios, ha de ser una presencia en el mundo sanadora, terapéutica y restauradora.     

 

Nacimiento de Jesús el Mesías: Salvador, Cristo el Señor, Lucas 2:1-20 

1 Por aquellos días Augusto César decretó que se levantara un censo en todo el imperio romano. 2 (Este primer censo se efectuó cuando Cirenio gobernaba en Siria.) 3 Así que iban todos a inscribirse, cada cual a su propio pueblo. 

4 También José, que era descendiente del rey David, subió de Nazaret, ciudad de Galilea, a Judea. Fue a Belén, la ciudad de David, 5 para inscribirse junto con María su esposa. Ella se encontraba encinta 6 y, mientras estaban allí, se le cumplió el tiempo. 7 Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada.  

8 En esa misma región había unos pastores que pasaban la noche en el campo, turnándose para cuidar sus rebaños. 9 Sucedió que un ángel del Señor se les apareció. La gloria del Señor los envolvió en su luz, y se llenaron de temor.

10 Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha 𲵰í para todo el pueblo. 11 Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. 12 Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» 

13 De repente apareció una multitud de ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían:  

14 «Gloria a Dios en las alturas, 

y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad.»  

15 Cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «Vamos a Belén, a ver esto que ha pasado y que el Señor nos ha dado a conocer.» 

16 Así que fueron de prisa y encontraron a María y a José, y al niño que estaba acostado en el pesebre. 17 Cuando vieron al niño, contaron lo que les habían dicho acerca de él, 18 y cuantos lo oyeron se asombraron de lo que los pastores decían. 19 María, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón y meditaba acerca de ellas. 20 Los pastores regresaron glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído, pues todo sucedió tal como se les había dicho.  

 

Lucas nos narra el nacimiento de Jesús en el contexto del Imperio romano. Un imperio que sigue apretando las tuercas de la explotación para asegurarse de que todos sus súbditos paguen impuestos para sostener a la clase dorada de Roma. Y ante tal edicto, no había excusa ni pretexto. Todo el mundo debía ser censado en su pueblo natal. 

En medio de esta cruel realidad, José y María tienen que emprender el viaje de Nazaret a Belén.  Ambos pueblos no tenían más de cien habitantes. Un largo y penoso viaje, dada la condición de María que está a días de dar a luz a su hijo. Era un riesgo altísimo y, sin duda, ambos cuestionaron a Dios por el momento tan adverso para realizar el viaje. La incomodidad de caminar o viajar en un animal de carga incrementaba las posibilidades de un mal parto. Es en medio de circunstancias sumamente difíciles que esta pareja emprende el viaje. ¡A menudo, parece que llueve sobre mojado!

Ante la imposibilidad de encontrar un hospedaje propicio para el parto, José y María tienen como única opción un pesebre, lugar maloliente, inhóspito y desabrigado. Un parto, en aquellos días, era siempre un riesgo muy alto. Se calcula que el treinta por ciento morían al nacer. Muchas mujeres, y a menudo sus bebés, morían durante el alumbramiento. Los altos riesgos para María y Jesús se agudizaron. Así nació Jesús, en medio de las peores circunstancias. No fue ajeno, desde su nacimiento, a las desdichas, limitaciones materiales (pobreza) y peligros de la vida.

Los pastores eran considerados como parte de las clases bajas y despreciadas. Tenían el estigma de ser ladrones y de no proteger a sus familias durante la noche. Vale la pena preguntarse cómo es que Dios escogió a estas personas para ser las primeras s en recibir las buenas noticias del nacimiento del Salvador, Cristo el Señor. Esta acción muestra a un Dios inclusivo que hace de los pobres y marginados de la sociedad su opción preferencial para manifestar sus actos redentores.

Dios irrumpe en la vida de los pastores y por medio de ellos hace clara su buena voluntad para toda la humanidad. El ángel del Señor y el coro de ángeles, que alaban la bondad y salvación de Dios, invitan a los pastores a presenciar el nacimiento de Jesús y a compartir con todos las buenas noticias del nacimiento del Mesías. 

Los pastores de inmediato van a donde está el niño y comparten las buenas nuevas con cuanta persona se encuentran. Alaban y dan gloria a Dios por ser testigos privilegiados de la llegada del Mesías. 

María, al ver y escuchar a los pastores, se sume en profunda reflexión. Simeón había de añadir al gozo del nacimiento de Jesús la realidad de su sufrimiento: «Este niño está destinado a causar la caída y el levantamiento de muchos en Israel, y a crear mucha oposición, 35 a fin de que se manifiesten las intenciones de muchos corazones. En cuanto a ti, una espada te atravesará el alma.» (Lc. 2:34-35). La mezcla de un enorme gozo se conjugaría con un profundo dolor.

La Navidad, según Lucas, sucede en el contexto de un imperio cruel y explotador. Para la gente pobre (como José y María) significa pasar por circunstancias de mucho sufrimiento. Tienen que bregar contra la corriente y enfrentar sinsabores y peligros únicos. En ese contexto, Dios interviene en la historia de estas personas sufridas para traer paz y buena voluntad. El evangelio se anuncia en medio de las peores circunstancias de la vida cotidiana; las enfrenta y las redime. Transforma la vida (como ocurre con los pastores) y le añade una profunda 𲵰í.    

 

Primer domingo después de Navidad: se hizo pobre para enriquecernos, 2 Corintios 8:9

9 Porque ustedes conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que aunque era rico, por causa de ustedes se hizo pobre, para que mediante su pobreza ustedes llegaran a ser ricos. 

 

La gracia de nuestro Señor Jesús es el punto de partida de Pablo al hablarnos de la encarnación de nuestro Señor. La gracia describe su amor derramado y manifestado hacia nosotros como pecadores. Es un amor incondicional que no toma en cuenta lo que somos ni lo que hacemos. Es no tomar en consideración la manera en que nuestros pecados ofenden a Dios y nos hacen personas indignas de su amor. Es sentir compasión por la manera en que nuestra actitud rebelde nos deshumaniza y nos aleja de ser el tipo de personas que debiéramos ser. La venida de Jesús al mundo es una clara muestra de su gracia.

Sin duda, Pablo está pensando en términos de lo que le escribió a los filipenses sobre la humillación y exaltación de Jesús al hacerse hombre. Dice de Jesús que:   

 

 siendo por naturaleza Dios,

no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse.

7 Por el contrario, se rebajó voluntariamente,

tomando la naturaleza de siervo

y haciéndose semejante a los seres humanos.

8 Y al manifestarse como hombre,

se humilló a sí mismo

y se hizo obediente hasta la muerte,

¡y muerte de cruz!

9 Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo

y le otorgó el nombre

que está sobre todo nombre,

10 para que ante el nombre de Jesús

se doble toda rodilla

en el cielo y en la tierra

y debajo de la tierra,

11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor,

para gloria de Dios Padre. (Fil. 2:6-11). 

 

Era rico, es decir, siendo por naturaleza Dios, se rebajó voluntariamente, para encarnarse como un esclavo y, estando en esa condición, se humilló a sí mismo, se despojó de todas sus prerrogativas, poder y gloria para dar su vida por nosotros en la cruz, en un acto de obediencia.

Por causa de ustedes… Esa doble humillación descrita en Filipenses muestra en nuestro texto la razón última de esa acción: nosotras y nosotros. Esa es la nota personal que debe provocar en nosotros gratitud y entrega total: ¡Lo hizo por mí! 

Se hizo pobre; Jesús era literalmente pobre. No tenía casa ni donde recostar su cabeza (Mt. 8:20). Renunció a las comodidades y privilegios de esta vida (incluyendo al núcleo familiar) para dedicarse a su misión redentora. Y, dependió de la generosidad de mujeres que le seguían para financiar su ministerio (Lc. 8:3). 

Pero su pobreza también hace referencia a la renuncia voluntaria de su estatus divino para hacerse humano, como ya indicamos. 

Para que mediante su pobreza ustedes llegaran a ser ricos. Al hacerse hombre, Jesús vive y nos muestra lo que significa ser humanos. Es decir, descubrimos en la humanidad de Jesús nuestra propia humanidad, y ello nos lanza a vivir como él, a ser como él:   a servir a los demás, a vivir para el otro, y a estar dispuestos a entregar nuestra vida para el bien de los demás. Llegamos a ser ricos o a enriquecernos en la medida en que, por la obra constante y paciente del Espíritu Santo, todas y todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo (Ef. 4:13). Es decir, que en esta vida llegaremos a la plenitud de lo que significa ser humanos, conformándonos a nuestro modelo de vida y humanidad: la plena estatura de Cristo Jesús.

Aclaremos el contexto de nuestro texto: En 2 Corintios 8 y 9, Pablo está persuadiendo a los corintios a ser solidarios con sus hermanos y hermanas de Jerusalén, quienes están pasando por una situación extrema de pobreza. Está haciendo una colecta en todas las iglesias para ayudar a los santos de Jerusalén.

La iglesia de Corinto era una iglesia rica. Muchos de sus miembros eran familias con excelentes recursos financieros. Pablo quiere persuadirlos a que sean generosos con los pobres de Jerusalén y para ello les pone dos ejemplos: El primero es sobre la actitud de las iglesias de Macedonia: En medio de las pruebas más difíciles, su desbordante 𲵰í y su extrema pobreza abundaron en rica generosidad. 3 Soy testigo de que dieron espontáneamente tanto como podían, y aún más de lo que podían, 4 rogándonos con insistencia que les concediéramos el privilegio de tomar parte en esta ayuda para los santos. 5 Incluso hicieron más de lo que esperábamos, ya que se entregaron a sí mismos, primeramente al Señor y después a nosotros, conforme a la voluntad de Dios. (2 Cor. 8:2-5).

Hemos subrayado en negritas la parte del texto que repite la idea central de nuestro mensaje: personas que en la más extrema situación de pobreza material y en medio de pruebas muy difíciles abundaron en su generosidad. Su pobreza enriqueció a otros aun ante la resistencia de Pablo mismo, que no consideró que debía tomar su ofrenda.

El segundo ejemplo es el de nuestro Señor Jesús:  Porque ustedes conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que aunque era rico, por causa de ustedes se hizo pobre, para que mediante su pobreza ustedes llegaran a ser ricos.

Navidad debe ser también la ocasión de recuperar nuestra humanidad e, independientemente de nuestras posibilidades económicas, ser capaces de imitar a los macedonios o a nuestro Señor Jesús, quien con su pobreza nos enriqueció. 

¡Hagamos de la Navidad otra oportunidad para mostrar a los pobres y a los necesitados que están a nuestro alrededor el profundo significado de la encarnación de Jesús!   

 

Segundo domingo después de Navidad : La Palabra encarnada Juan 1:1-14 

1 En el principio ya existía el Verbo, 
y el Verbo estaba con Dios, 
y el Verbo era Dios.  
2 Él estaba con Dios en el principio.
3 Por medio de él todas las cosas fueron creadas; 
sin él, nada de lo creado llegó a existir.  
4 En él estaba la vida, 
y la vida era la luz de la humanidad. 
5 Esta luz resplandece en las tinieblas,
y las tinieblas no han podido extinguirla.

6 Vino un hombre llamado Juan. Dios lo envió 7 como testigo para dar testimonio de la luz, a fin de que por medio de él todos creyeran. 8 Juan no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz. 9 Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo.  

10 El que era la luz ya estaba en el mundo, y el mundo fue creado por medio de él, pero el mundo no lo reconoció. 11 Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron. 12 Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. 13 Éstos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios.  

14 Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.  

 

El versículo 14 es clave en este bello poema inicial del Evangelio de Juan y es central en todo el evangelio. Es su idea germinal: el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros.

Juan escribe su evangelio en un contexto en el que muchos líderes de las iglesias, fuertemente influenciadas por el helenismo, negaban la humanidad de Jesús, es decir, que él verdaderamente se había hecho plenamente humano. Los gnósticos y docetistas enseñaban que, dado que la carne humana era la fuente del mal y el pecado, Jesús nunca pudo ser hombre. Parecía hombre, pero no lo era (según los docetistas). 

Para los gnósticos, por las mismas razones, Jesús no pudo ser humano. Él era el Verbo (Logos) que había sido enviado del mundo espiritual para darnos un conocimiento (de allí el nombre de los gnósticos) superior y espiritual que nos salvaría. El Logos o Verbo era un ser divino que nos comunicó ese conocimiento.

Prácticamente todo el poema inicial (vv.1-5) era aceptable para los que negaban la verdadera humanidad de Jesús. Él era Dios, creador de todas las cosas que traía la luz a este mundo. Sin embargo, Juan va mucho más allá de esas doctrinas y afirma en el v. 14 de manera contundente la verdadera y plena humanidad del Verbo o Palabra: el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Él es verdadero Dios y verdadero hombre, trae la vida que es la luz para la humanidad. El es luz de luz. 

Con este prólogo y en un contexto intelectual, cultural y teológico que negaba la humanidad de Jesús, Juan anuncia el significado de la Navidad: el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros.

No solo se hizo humano, sino que  vino a vivir entre nosotros, en nuestro vecindario. El resto del evangelio nos va a mostrar esa realidad. 

Jesús es un hombre, un ser humano en todo el sentido de la palabra. Varios pasajes destacan su genuina humanidad: Jesús se molesta, tiene hambre, se cansa, llora, se entristece, se preocupa por su madre, siente sed en la cruz y sufre el tormento (Jn. 2:16-17; 4:6; 11:35; 19:25-28). Después de su resurrección, le demuestra a Tomás que es un ser humano verdadero, de carne y hueso, y no un espíritu (20:27). Luego, come con sus discípulos pescado a la orilla del mar (21:4-13).  

Afirmar su verdadera humanidad es fudamental para nuestra fe y vida. Como dice la carta a los hebreos:  

14 Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, él también compartió esa naturaleza humana para anular, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte —es decir, al diablo—, 15 y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud durante toda la vida. 16 Pues, ciertamente, no vino en auxilio de los ángeles sino de los descendientes de Abraham. 17 Por eso era preciso que en todo se asemejara a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y misericordioso al servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. 18 Por haber sufrido él mismo la tentación, puede socorrer a los que son tentados. (Heb. 2:14-18).

 

¡La Navidad es celebración de la verdadera encarnación de Jesús, el Verbo, y esa encarnación nos trae consuelo y 𲵰í; afirma la humanidad de Jesús y también nuestra propia humanidad!  

 

Epifanía (6 de enero o el domingo antes de la Epifanía): los sabios le buscan y adoran, Mateo 2:1-11

1 Después de que Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, llegaron a Jerusalén unos sabios procedentes del Oriente.

2 —¿Dónde está el que ha nacido rey de los judíos? —preguntaron—. Vimos levantarse su estrella y hemos venido a adorarlo.

3 Cuando lo oyó el rey Herodes, se turbó, y toda Jerusalén con él. 4 Así que convocó de entre el pueblo a todos los jefes de los sacerdotes y maestros de la ley, y les preguntó dónde había de nacer el Cristo.

5 —En Belén de Judea —le respondieron—, porque esto es lo que ha escrito el profeta: 

 

6 »“Pero tú, Belén, en la tierra de Judá,

de ninguna manera eres la menor entre los principales de Judá;

porque de ti saldrá un príncipe

que será el pastor de mi pueblo Israel.” 

 

7 Luego Herodes llamó en secreto a los sabios y se enteró por ellos del tiempo exacto en que había aparecido la estrella. 8 Los envió a Belén y les dijo:

—Vayan e infórmense bien de ese niño y, tan pronto como lo encuentren, avísenme para que yo también vaya y lo adore.

9 Después de oír al rey, siguieron su camino, y sucedió que la estrella que habían visto levantarse iba delante de ellos hasta que se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. 10 Al ver la estrella, se llenaron de 𲵰í. 11 Cuando llegaron a la casa, vieron al niño con María, su madre; y postrándose lo adoraron. Abrieron sus cofres y le presentaron como regalos oro, incienso y mirra. 12 Entonces, advertidos en sueños de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino. 

 

Mateo escribe su evangelio, entre otras cosas, para afirmar la inclusividad y para contrarrestar el exclusivismo judío que afirmaba que solo ellos eran el pueblo de Dios. En la genealogía (1:1-17) ya se incluyen cuatro mujeres gentiles, no israelitas, y con ello se demuestra que ya Dios, desde el principio de la historia, ha incluido a gentiles como parte integral de su pueblo. Eso concuerda con la vocación de Abraham: “Por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra.” (Gén. 12:3). Las cuatro mujeres, Tamar, Rahab, Ruth y Betsabé, son un claro testimonio de esa realidad. 

Nuestro pasaje nos da un claro ejemplo de ello. Sabios del Oriente, probablemente de Persia, interpretan la aparición de una estrella en el firmamento como anuncio del nacimiento del Rey de los judíos. De acuerdo con la narrativa de Mateo, esos sabios o magos son los primeros en venir a adorar al Mesías recién nacido.

En contraste, los poderosos de Judea, el mismo rey de los judíos, Herodes, y los líderes religiosos jefes de los sacerdotes y maestros de la ley, descartan el testimonio de los sabios de Oriente. Herodes, a su vez, planea matar al niño que es una amenaza para su reinado. Incluso los habitantes de Jerusalén, como Herodes, se turban ante semejante noticia pero no hacen nada.   

El nacimiento del niño Jesús trae aparejada la oposición violenta a su reino de los señores de este mundo y la indiferencia de todos. Los eruditos que conocen las profecías y que esperaban con anhelo la llegada del Mesías pueden citar el texto exacto del profeta Miqueas e indicar dónde debía nacer el Cristo. Uno se pregunta ¿por qué no se unieron a los sabios para ir a buscar al niño, al menos por curiosidad? 

Los sabios que representan lo mejor del mundo no judío, la sabiduría ancestral, actúan de inmediato y se dirigen a Belén. De nuevo, la estrella los guía al lugar exacto. Al encontrar al niño lo adoran y le dan presentes: oro, incienso y mirra.

Más adelante, en la narrativa de Mateo, descubrimos que son gentiles los que dan las mejores muestras de fe en Jesús el Mesías. El centurión que pide que su siervo sea sanado solo con la palabra de Jesús (8:5-13), escucha las palabras de asombro de los labios de Jesús:

 

Les aseguro que no he encontrado en Israel a nadie que tenga tanta fe. 

 

Nadie en Israel ha mostrado una fe tan extraordinaria. Ni siquiera los mismos discípulos que constantemente son calificados y reprendidos continuamente por Jesús como “hombres de poca fe.” (Mt. 6:30; 8:26; 14:31; 15:16; 16:8 y 17:20). Las multitudes son denunciadas por su incredulidad: "¡Ah generación incrédula y perversa!" (Mt. 13:58; 17:17, 20). 

Ciertamente los extranjeros, a causa de su fe en Jesús, tienen acceso al Padre y "ya no son extraños ni extranjeros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios..." (Ef. 2:19-20). Esta verdad del evangelio de la gracia, que Pablo llama "el misterio", es presagiada en los pasajes del Evangelio de Mateo que estamos considerando.

De inmediato, Jesús anuncia que en el día final, en el gran banquete en el nuevo cielo y nueva tierra, los lugares de honor serán ocupados por no judíos de todas partes del mundo, mientras que los judíos que no hayan puesto su  fe en el Mesías serán echados fuera. 

 

 11 Les digo que muchos vendrán del oriente y del occidente, y participarán en el banquete con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. 12 Pero a los súbditos del reino se les echará afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dientes. 

 

Poco después, una mujer cananea (una más en la lista de mujeres valientes y justas de la genealogía, incluyendo a María) persiste en su fe e insiste a Jesús para que le conceda su petición a favor de su hija endemoniada. Jesús muestra al principio resistencia, pero al final le concede su petición. Lo que dice Jesús de la mujer es sorprendente:

 

—¡Mujer, qué grande es tu fe! —contestó Jesús—. Que se cumpla lo que quieres.

Y desde ese mismo momento quedó sana su hija. 

 

Jesús celebra la enorme fe de esta mujer gentil. Solo lo ha hecho antes con respecto al centurión. Definitivamente, no se puede excluir a nadie por su nacionalidad. El exclusivismo judío se resquebraja y, a la vez, vamos entendiendo que el genuino pueblo de Dios se compone no a partir de criterios étnicos (como ser descendientes de Abraham, Mateo 3:7-9), sino de la fe en Jesús y de su seguimiento.  

Finalmente, cuando Jesús es crucificado, traicionado por uno de sus discípulos, negado por otro y abandonado por los demás (con excepción de las mujeres), es otro centurión quien, ante los terrores de la muerte, el total abandono que sufre Jesús y las burlas y escarnio de la soldadesca exclama: —¡Verdaderamente éste era el Hijo de Dios! (Mt. 27:54).     

Los sabios al inicio del evangelio de Mateo, como todos los demás casos que hemos considerado, nos recuerdan que las buenas nuevas de salvación son para todas las personas, sin excepción. La fe y obediencia en Jesús es el criterio fundamental de pertenencia al pueblo de Dios, no el origen étnico, la religión, la raza, la posición social, la profesión, el género, etc. La iglesia ha de ser inclusiva y hospitalaria con todas las personas, pues a ellas Jesús nos ha enviado: 

 

Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo. 

(Mt. 28:19-20).